La disciplina del ejército romano
A lo largo de su historia, los romanos
diseñaron una estructura militar jerarquizada y organizada dentro de un
riguroso marco normativo que establecía las funciones y competencias de cada
uno de sus miembros, así como la imposición de sanciones para quienes
desobedecían la ley y/o las ordenes de sus superiores.
Pero como reza una antigua frase, Roma no se hizo en un día. Para finales
de la época republicana, el ejército romano estuvo sumido en una crisis
originada por las normas de ese tiempo, que establecían el voluntariado de los soldados,
toda vez que el servicio militar únicamente era obligatorio en épocas de guerra,
y se excluía a quienes no estaban censados y a aquellos que no tenían
propiedades ni podían costear su propio armamento. Otro problema recurrente era
que en caso de guerra, los cónsules eran los encargados de comandar las
legiones, sin tener en cuenta su reputación o experiencia militar, lo que
incidía negativamente en el desempeño bélico.
A partir de las reformas de Mario en el
año 107 a. c., se instituyó la profesionalización
del ejército, y con ello un nuevo régimen que dio apertura a la incorporación
de gente pobre a las filas militares, un sistema de jubilación y una nueva estructura
militar en el que cada legión estaría compuesta por diez cohortes y cada
cohorte por seis centurias. Se incorporó el cargo de legatus para comandar las legiones, siguiéndole en jerarquía los
tribunos militares, los centuriones y los principales. Además, se instauró un adoctrinamiento
militar permanente para los soldados que incluía estrictos deberes y
obligaciones que de no ser realizados, acarreaban severas sanciones.
En el libro El Ejército Romano de Adrian Goldsworthy, se nos cuenta que los optiones, suboficiales que pertenecían a
la categoría de los principales, caminaban tras la última fila de la formación
con un garrote en mano, con el que golpeaban a cualquiera que se saliese de su
sitio o hablara con el compañero. Los centuriones usaban una vara llamada vitis (vid), que era usada con frecuencia para el azote de los soldados, lo que provocaba cicatrices en sus espaldas.
Era común que los castigos
corporales se inflijan a voluntad y capricho de los oficiales, situación que
generaba un descontento en las filas que se materializaba en caso de ocurrir un
motín. Al respecto, el historiador Tácito nos relata que en el año 114 d.c. las legiones amotinadas en Panonia
habían linchado al centurión Lucilius apodado «Tráeme otra» (cedo alteram). Este sobrenombre se
debía a que, una vez rota su vara de vid sobre la espalda de un soldado, pedía
otra en voz alta.

La pena de muerte se aplicaba a
diversas situaciones. Los soldados que se quedaban dormidos mientras estaban de
guardia eran golpeados hasta la muerte por sus compañeros; el truco de los más
viejos era apoyar el largo escudo en su pilum
(lanza) para descansar sobre él y dormitar en pie. Aquellos que desertaban, conspiraban o realizaban un motín, podían
ser crucificados, arrojados a las bestias salvajes o simplemente ejecutados. La
desobediencia de un soldado raso a una orden directa del tribuno militar o del legatus también era sancionada con la
máxima pena.
Probablemente el castigo más cruel era
el decimatio o diezmo, que solo se empleaba en casos extremos de sedición y cobardía. De forma aleatoria y sin distinción de rango,
se seleccionaba a una décima parte de los soldados para que fueran asesinados a golpes por
sus propios compañeros; mientras, los supervivientes
eran obligados a dormir fuera del campamento.
Esa práctica se mantendría incluso en
el manual militar Strategikon, redactado
por el emperador bizantino Mauricio I, que dispuso: “Si durante una acción general o batalla las tropas que habían formado
para el combate se retiraran –tal nunca ocurra- sin una buena y evidente
justificación, ordenamos que los soldados del tagma que primero se puso a huir
y a abandonar la línea de batalla o su propio meros sean abatidos y diezmados
por los otros tagmas, puesto que han desbandado sus filas y son culpables de la
derrota de todo el meros. Pero si ocurriera que alguno de ellos fue herido en
la batalla, quedará exento de tal veredicto”.
El orden y la disciplina que
caracterizaron al ejército romano era necesario, dado que fueron factores fundamentales
para cosechar victorias frente a los numerosos pero desorganizados pueblos
barbaros, razón por la cual su exitoso régimen militar fue asimilado por las
culturas que le sucedieron.
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Este artículo ha sido realizado por Alberto Quijano
(@LuchitoQuijano en Twitter)
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