Os presentamos a continuación
la segunda parte de las Costumbres
latinas de hoy ya que a muchos de los lectores de este blog les interesó
conocer algunos aspectos más y demás curiosidades que mantenemos en nuestros
días y que provienen del mundo grecolatino. Debemos tener presente, como ya
dijimos en el anterior artículo, el hecho de que aunque estas costumbres nos
lleguen desde este mundo siempre tendrán sus variantes y no serán exactamente
las mismas. Igualmente será vuestro trabajo observar y juzgar las similitudes y
diferencias de los siguientes aspectos con la actualidad.
El primer tema del que vamos a hablar será el
del calendario. Durante el reinado del primer rey de la
monarquía, Rómulo, no existían reglas para regular el calendario y por eso se
decidió acomodarse al ciclo lunar. Los años se dividirían en meses y cada uno de
estos se nombraría según el culto a distintas divinidades. Estos meses son los
mismos que tenemos hoy en día, pero varían en ciertos aspectos.
La primera reforma del
calendario la realizaría Julio César, quien cambiaría el nombre del mes Quintilis a Iulius para dedicarlo a su persona. Posteriormente el mes Sextilis cambiaría su nomenclatura por
el de Augustus, para hacer honor a
Augusto. He aquí el nacimiento de nuestros meses Julio y Agosto.
César sería también quien
adaptaría el calendario al curso solar tomando como base la medida que tenía
Egipto. Entonces el año constaría de 365 días y
6 horas
acumulables para añadir un día más en Febrero cada cierto tiempo, aunque los
romanos repetirían el día 24 de
este mes y no añadirían el día 28 como
hacemos nosotros en la actualidad. Los demás meses contendrían los mismos días
que tienen hoy en día.
La última reforma la realizaría
Gregorio XIII, consiguiendo finalmente el calendario actual que fue propuesto
en el s. XVI ya que se había producido un grave desfase horario y se debían
tomar medidas para poder regularlo. Por ello, en 1582 se
decidió pasar del día 4 de Octubre al día 15
directamente, y fue así como quedó regularizado el año.
El siguiente aspecto será el de
la educación. En los primeros
tiempos el pater familias se ocupaba
personalmente de la formación de sus liberi
y la mater familias se hacía cargo de
ellos hasta los siete años. Acogiendo la tradición griega, en ocasiones se
contrataba a un pedagogo que sería el responsable de la educación de los niños
hasta la pubertad.
En cuanto a la schola, sabemos que estaba regida por el
calendario religioso al igual que en nuestros tiempos. Las clases se daban por
la mañana y era mixta hasta los doce años. Un grammaticus era el responsable de la enseñanza de los niños en
cuanto a la mitología y literatura clásica, mientras que las niñas serían
consideradas adultas a los catorce años para convertirse en matronas, pero
algunas podían tener un preceptor que les enseñara también literatura. En esta
época la educación intelectual de la mujer no era de suma importancia.
En época tardorrepublicana se
produjo un cambio en la formación intelectual de las mujeres a causa de la
situación política, el contexto cultural y la influencia del surgimiento de
mujeres cultas en sociedad. Estas mujeres cultas serían muy criticadas por
autores de la época como Juvenal, quien es considerado uno de los autores de
las sátiras más misóginas existentes (sátira VI). La lucha de la mujer por la
igualdad está llevando siglos de esfuerzo y podemos ver aquí un ejemplo de hasta
dónde nos podemos remontar en el trato de esta cuestión.
El último aspecto a comentar, y
puede que el más curioso, es el asunto de la sexualidad. Se suele tener una idea equivocada de la libertad
sexual que podía existir en Roma o Grecia. La sexualidad no era ni un tema tabú
ni un tema del que se pudiera hablar con total tranquilidad y de forma abierta.
Nos vamos a centrar en la prostitución en Roma.
La prostitución era un oficio
mal visto por la sociedad, pero esto no impidió que se desarrollara de forma
natural como cualquier otra actividad comercial. La ejercían tanto hombres como
mujeres. Las leyes no iban en contra de la práctica del oficio, pero sí
estigmatizaba al conjunto de prostitutos otorgándoles el título de infames, es decir, aquellos “faltos de
buena reputación”. Se les prohibía casarse, heredar y prestar testimonio en
juicios. Básicamente, quedaban apartados de la vida social.
Las mujeres que quisieran
realizar este tipo de actividades estaban obligadas a registrarse ante la
oficina del edil. Una vez inscritas recibían la licentia stupri, que suponía el tener que pagar un impuesto llamado
vectigal meretricium para poder
trabajar en lugares públicos.
En este enlace podéis
leer la primera parte de este artículo: Costumbres latinas de hoy (I)
Este
artículo ha sido realizado por Ana Belén García
(@anabgarcia20 en Twitter)
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